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viernes, 10 de febrero de 2012

Vivencias de un Bioquímico durante la Guerra de Malvinas-Historias de vida - Primera parte

A 28 años de concluida la guerra de Malvinas el 14 de junio de 1982, un bioquímico bonaerense testigo de los hechos se animó a compartir con sus colegas las memorias que guarda de la histórica contienda. Guillermo Pandolfi, bioquímico de Bahía Blanca nos acerca en esta edición su testimonio de los días vividos en las islas durante los 74 días que duró el enfrentamiento militar.

Por Guillermo Sergio Pandolfi (Fuente Faba informa)
gpandolfi@fibertel.com.ar
El recién comenzado otoño de 1982 me halló radicado en la ciudad de Río Grande (Tierra del Fuego), enrolado en la Armada Argentina como Teniente de Navío Bioquímico y destinado en el Batallón de Infantería de Marina Nº 5 (BIM 5).
En tal carácter desarrollaba mi labor profesional como Jefe de Laboratorio y Farmacia integrando el Departamento Sanidad junto con 2 médicos, 2 odontólogos, enfermeros, camilleros, etc conformando una dotación total de aproximadamente 25 hombres.
Pese a integrar una unidad militar de Infantería Marina, al igual que a la mayoría de los argentinos me tomó por sorpresa el desembarco del 2 de abril en Malvinas, acontecimiento que se vivió con especial intensidad en Río Grande, ciudad que poseía diversas similitudes con la idiosincrasia de aquellas islas.
Dado que en el ambiente militar nacional el BIM 5 gozaba de un gran prestigio como selecta unidad de elite equipada y adiestrada para los rigores del clima austral, desde ese mismo día supuse que si existía un conflicto (realmente no pensaba en una guerra) existía una muy alta probabilidad de que este Batallón fuera trasladado a las islas seguramente formando parte de una fuerza de ocupación transitoria.
Por consiguiente, luego de unos pocos días de gran ansiedad y expectativa resultó natural para mí que el 8 de abril el BIM 5 arribara completo con sus 800 hombres, artillería, vehículos, etc a Puerto Argentino.
Desde su llegada, ante la incertidumbre sobre el resultado de las negociaciones con Inglaterra que se llevaban a cabo para establecer un nuevo status quo en las islas, el BIM 5 ocupó posiciones en los montes aledaños a la costa integrando un dispositivo estratégico netamente defensivo junto a otros Regimientos del Ejército, en previsión de un probable desembarco inglés en los alrededores de Puerto Argentino.
Hasta fines de abril en la etapa prebélica participé cumpliendo mi rol en la sanidad en combate de un batallón de primera línea, siendo mi principal responsabilidad la logística de insumos sanitarios varios desde la muy cercana retaguardia hasta los Puestos de Socorro insertados en las posiciones que las diferentes Compañías ocupaban en los montes Harriet, Longdon, Williams, Tumbledown y Sapper Hill.
También y “como para despuntar el vicio” me tocó realizar algunos controles básicos de calidad del agua de los chorrillos de esos montes, mediante kits rápidos de ensayo a campo que previsor me había llevado.
El 27 de abril y por una circunstancia fortuita (enfermedad y evacuación del único bioquímico de ejército allí destinado), por orden superior soy desafectado del BIM 5 y paso a cumplir tareas en el único hospital militar emplazado en Puerto Argentino – el Centro Interfuerzas Médico Malvinas (CIMM) – ubicado en una edificación elevada que tenía como destino futuro ser una colonia de vacaciones para los lugareños.


El 1º de mayo muy temprano el CIMM tuvo su bautismo de fuego y tomamos realmente contacto con la cara absurda y cruel de la guerra, al recibirse los primeros muertos y heridos graves a raíz del ataque aéreo inglés, simultáneo tanto en cercanías de Puerto Argentino como en la localidad de Darwin a 60 km.
Luego de una jornada de mucho trabajo asistencial a la tardecita se celebró en el CIMM una muy emotiva misa por las bajas ocurridas, en la que muchos de nuestros rostros dejaban traslucir las emociones vividas, como dieron cuenta las imágenes de la TV abierta del continente en los noticieros nacionales al otro día.
Luego a las 21 ó 22 hs recibimos un urgente llamado desde las posiciones de la Compañía “Mar” del BIM 5, la que apostada en las alturas de Sapper Hill reportaba bajas ocasionadas por fuego naval.
En ese momento fui llamado por el Director Mayor Médico Ceballos, ya que tenía que enviar una ambulancia de noche y sin luces a ese monte y suponía que por provenir yo justamente del BIM 5 conocía mejor que nadie en el CIMM como llegar mejor a ese lugar en tan especiales circunstancias.
En un marco de lógico nerviosismo ya que era el debut del CIMM en evacuaciones nocturnas desde el frente bajo fuego enemigo, recibí la orden de ir a cargo de ese vehículo a buscar las bajas de Sapper Hill.
Partimos enseguida con el chofer enfermero y tomamos rumbo hacia la zona aledaña a la playa. La noche era bastante clara lo que permitía al principio adivinar el camino de salida de la población y más adelante la precaria huella por la que debíamos transitar, hasta que ésta desapareció y circulamos a campo traviesa.
A los pocos minutos de andar, en la oscuridad nos topamos con un camión radar de F. Aérea y cambiamos unas pocas y nerviosas palabras con el personal a cargo del mismo, confirmando nuestro correcto rumbo.
Cabe acotar que al día siguiente me enteré conmocionado que esa misma noche, sólo un par de horas después, ese vehículo fue alcanzado por un impacto naval directo, falleciendo las 2 personas allí apostadas.
Habríamos andado unos 500 metros más cuando observo en el mar a nuestra izquierda ciertos destellos luminosos intermitentes, por lo que le digo al chofer en tono preocupado “Desde el mar hacen señales con una linterna, serán comandos ingleses?” La preocupación por los comandos era un tema recurrente.
Luego de un instante vemos que unos 80 o 100 metros adelante nuestro la tierra tembló iluminándose la escena: las “señales de la linterna” que yo había observado en realidad eran los cañones de 105 mm de los buques ingleses que ubicados aproximadamente a 10 km habían comenzado a batir nuevamente la playa y montes costeros, reiniciando la tarea de ablande de las posiciones argentinas que estaban apostadas allí.
Rápidamente detuvimos la marcha, descendimos y nos arrojamos al piso cubriéndonos la cabeza ya que el ruido era muy fuerte y volaban piedras o esquirlas por todas partes. Calculo por el estruendo y la luminosidad que el proyectil más cercano debe haber impactado a unos 30 ó 40 metros del lugar en que nos refugiamos, bien pegada la cara contra el piso mezcla de roca y turba.
Luego de un par de minutos y aunque el fuego naval continuaba haciendo vibrar la tierra, observamos que los impactos se habían ido alejando de nosotros y continuamos la marcha cuesta arriba.
Ahora ya teníamos contacto visual con el fuego y el humo de nuestro destino. Además los gritos del personal desde las trincheras nos guiaban para esquivar los obstáculos, ya que íbamos atravesando posiciones de combate y era imposible visualizarlas por la oscuridad y el propio camuflaje.
Ya en el lugar de reunión de heridos entre varios rápidamente cargamos las camillas con dos soldados gravemente heridos y encaramos el descenso a los tumbos por el escabroso terreno, regresando lentamente pero sin mayores inconvenientes al hospital mientras en la lejanía continuaba el fuego naval.
Era ya cerca de medianoche y en ese largo día 1º de mayo que había comenzado a las 4.40 hs, al despertarnos bruscamente una batería antiaérea cercana al hospital, tuve el triste honor de evacuar a un agonizante Hugo Daniel Cavigioli, quien con sus jóvenes 18 años pasó a la posteridad como el primer soldado muerto que tuvo la Infantería de Marina argentina durante las acciones terrestres en Malvinas.
Aún no repuestos de ese tremendo día 1º a la tarde del siguiente nos llegaron las primeras noticias sobre el hundimiento del Crucero Gral. Belgrano. Al conocerse el número de muertos los días sucesivos fueron muy depresivos y se recurría frecuentemente a los rosarios plásticos que se habían repartido masivamente: el miedo a la muerte nos hacía proclives a la religiosidad, aún entre los más escépticos como era mi caso ….
Además de tener a cargo un laboratorio muy básico, apenas llegado al CIMM una responsabilidad paralela que se me adjudicó (según se me dijo por ser bioquímico ???) fue la de “Encargado de necrológicas”. En ese rol debía recibir los cadáveres, labrar una rudimentaria acta inventariando sus pocos efectos personales y acondicionar los cuerpos en bolsas negras en una simple carpa a la intemperie, que utilizábamos como morgue dado que el frío otoño nos permitía un cierto margen de conservación.
Recuerdo especialmente la tarde del 3 de mayo, cuando me tocó recibir al recién fallecido aviador naval Tte Carlos Benítez estrellado en cercanías del aeropuerto. Al abrir su billetera me detuve un instante para observar la clásica foto familiar que todos portábamos: era tan parecida a la mía propia que negros pensamientos depresivos me invadieron y tuve que reprimir una furtiva lágrima que amagó asomar.
En principio los cadáveres iban a estar poco tiempo en esa carpa ya que se preveía su pronta evacuación al continente, pero la realidad marcó que dado el mínimo dominio del aire que tenía nuestra aviación, no hubo otra alternativa que realizar una muy precaria inhumación en un terreno adyacente al cementerio.
A los pocos días y aprovechando la “ley del gallinero” que prima en toda estructura militar, conseguí que un bioquímico de Fuerza Aérea de menor jerarquía que la mía me relevara de esta tarea nada grata.
El 6 de mayo dormitaba un poco a la tarde cuando se me presenta un suboficial enfermero del CIMM y me dice en forma intempestiva y casi textualmente “Doctor, su esposa por casualidad estaba esperando familia? ”. Ante mi ansiosa respuesta afirmativa me dice: “Ah, entonces el llamado era para Ud , no se escuchaba muy bien pero me pareció entender que hace unos días ya tuvo una hija”.
Con la premura que es dable imaginar me fui hasta la Central de Radio de Puerto Argentino, donde gentilmente y pese que no era el día que correspondía a mi unidad para llamadas al continente, igualmente lograron con esfuerzo un contacto por radio con la casa de mis suegros en Bahía Blanca donde se encontraba mi familia: la emoción me embargó cuando escuché la temblorosa voz de mi esposa diciéndome que el 3 de mayo había nacido mi segunda hija Antonella.
En el CIMM dormía en el piso de una habitación que compartía con 15 médicos más y en los últimos días críticos, únicamente se descansaba de a ratos durante el día cuando lo permitían las pausas del trabajo.
Igual siempre hay que ser positivo: la atmósfera de ese alojamiento, hacinada de hombres que no se destacaban precisamente por hacer un culto de la higiene personal, sumado al uniforme que llevaba más de 2 meses sin lavarse, ejercía un suave efecto anestésico y era un buen inductor del sueño reparador.
La comida siempre fue de buena calidad pero generalmente escasa (tal vez por eso era tan rica), en base a un único plato principal caliente 2 veces al día, muy pero muy líquido con algo de carne o fideos.
Recuerdo que había que cuidar la cuchara sopera personal más que ninguna otra cosa: si la perdías (en realidad siempre había alguno que la quería robar) te esperaba una muerte segura por inanición …
Bromas aparte, los hombres que constituimos el CIMM fuimos respecto a confort y seguridad las personas más afortunadas de la guerra.
Nuestros soldados en el frente, sin distinción de jerarquías, durante el último período padecieron 16 horas diarias de oscuridad enterrados en sus “pozos de zorro” excavados en la húmeda turba (de ahí tanto pie de trinchera), soportando todos los rigores del clima austral (hasta 15 ºC bajo cero algunas noches) y agobiados por el inclemente fuego de artillería naval y terrestre que sin prisa pero sin pausa machacaba las posiciones en su tarea de ablande preparatoria del asalto final.
Hacia el 10 de junio la ofensiva inglesa en los alrededores de Puerto Argentino arreciaba. El cañoneo naval y los bombardeos aéreos incrementaron su frecuencia y el número creciente de heridos que llegaba al CIMM nos hacía intuir que el curso de la batalla estaba rápidamente inclinándose en nuestra contra.
Para el día 11 de noche ya era imposible dormir porque se había hecho constante el fuego de artillería y además siempre llegaba algún vehículo con bajas, dada la modalidad de combate nocturno que había impuesto la ofensiva inglesa terrestre aprovechando su gran superioridad técnica en esas circunstancias.
A cualquier hora del día o de la noche podía llegar un contingente de heridos evacuados desde el frente. En algunos momentos ante el aluvión de bajas y pese a su buena organización, el CIMM se veía superado y todos colaborábamos sin distinción de jerarquías en lo que se pudiera ser útil.
Debo resaltar que los procedimientos para un hospital de campaña durante la guerra (y esto es así en todo el mundo) en general son muy crueles: ante la llegada masiva de heridos se atiende primero al que más posibilidades presenta, los más graves casi quedan condenados a muerte en la primer clasificación ya que su atención insumiría tiempo de recursos humanos valiosos, con escasísimas probabilidades de sobrevivir al shock causado por terribles heridas. En ese tiempo seguramente se pueden resolver muchos otros casos quirúrgicamente más sencillos pero que si no se atienden de inmediato pueden comprometer la vida o provocar amputaciones evitables, aunque éstas igualmente debieron practicarse con cierta frecuencia.
Debemos tener presente que la gran mayoría de las heridas de guerra que se produjeron fueron a consecuencia de esquirlas por proyectiles de artillería o bombardeo aéreo, que resultaban especialmente lacerantes con graves hemorragias y en ocasiones pérdidas importantes de masa muscular o miembros.
Las feas heridas cavitantes por proyectiles de alta velocidad procedentes de armas portátiles sólo se manifestaron los últimos 3 días, cuando en muchas ocasiones el combate llegó a ser casi cuerpo a cuerpo.
También hubo importante incidencia de lesiones por el frío y el tan temido “pie de trinchera” llegó a presentar algunos casos muy graves con necrosis y consecuente amputación de ambos pies.
También debe evaluarse que al CIMM le resultó sumamente dificultosa la evacuación sanitaria aérea al escalón superior, ubicado en hospitales de Comodoro Rivadavia, Puerto Belgrano o Buenos Aires. Me tocó participar directamente en algún apresurado viaje nocturno al aeropuerto (8 km) para evacuar heridos al continente, maniobra que se vio frustrada inclusive al pie de la pista debido a que los Hércules C130 podían permanecer pocos minutos y con motores en marcha, dado el inminente peligro resultante del neto dominio del aire que ejercieron los caza interceptores Sea Harrier durante toda la guerra.
En los momentos en que el trabajo en el CIMM arreciaba yo “me enganchaba” para colaborar con alguno de los 5 grupos de recepción y clasificación de heridos, aportando allí más buena voluntad que idoneidad técnica ayudando en técnicas de RCP, apertura de vías para sueros, etc.
Recuerdo especialmente que todo el personal del CIMM pasó en completa vigilia las noches del 11, 12 y 13 de junio y en los diversos períodos en que los 6 quirófanos se veían colapsados yo también iba en apoyo del personal responsable de hemoterapia. Siempre había algo que hacer en esos momentos …
El CIMM no era un objetivo estratégico para el enemigo inglés y por ende resultaba un lugar relativamente seguro para todos nosotros, salvo por algún error impredecible que en toda guerra ocurre: el día 13 de junio a la tarde la casa ubicada 20 metros frente al hospital recibió un impacto directo de artillería inglesa falleciendo los dos kelpers que allí habitaban y creo que también hubo algún otro herido cercano.
Siendo ya cerca del mediodía del 14 de junio, de repente se hizo un silencio absoluto que resultó muy impactante para la mayoría de nosotros, ya que recién en ese instante tomamos real conciencia del nivel de ruido constante por fuego de artillería al que nos habíamos acostumbrado a vivir los últimos días.
Luego de unos pocos minutos de incertidumbre y de algunos cabildeos fruto del desconcierto, un grupo nos asomamos a la puerta del CIMM y pudimos ver las humaredas en todas las colinas cercanas que bordeaban la población y algunas columnas de tropas argentinas bajando hacia el caserío del poblado.
En algunos casos observamos pequeños grupos de nuestros soldados con las manos tras la nuca custodiados por paracaidistas ingleses, característicos a la distancia por sus boinas color borravino.
En ese momento a unos 80 metros calle abajo comenzó a subir con paso firme una patrulla inglesa de 7 u 8 hombres. Recuerdo bien el gesto del oficial a cargo, quien cuando faltaban unos 30 metros para llegar a nosotros sacó el cargador de su metralleta Sterling como signo de no beligerancia. Para recibirlos en la puerta principal de acceso al CIMM y alrededor del Dr. Ceballos nos habíamos reunido algunos que alardeábamos (infundadamente como se pudo ver después) de tener un cierto dominio del idioma inglés.
El oficial jefe inglés nos saludó militarmente con la venia y nos dijo en tono formal pero muy cortés que se había acordado una tregua y que Puerto Argentino por el momento quedaba partido en dos. Inmediatamente nos informó que nuestro CIMM se encontraba en un lugar dominado por sus tropas.
De esta forma tan particular nos enteramos “oficialmente” de que la guerra había aparentemente terminado. Un sentimiento de gran alivio se apoderó de todos nosotros: en esas circunstancias el resultado de la contienda había pasado a un segundo plano y lo prioritario era que finalizara tanto sufrimiento y muerte a nuestro alrededor.
Este oficial inglés, ya en tono más coloquial se puso a nuestra disposición para colaborar con la atención de nuestros heridos y si lo considerábamos necesario, realizar evacuaciones aéreas a sus propios hospitales de campaña terrestres o buques hospitales.
En esos momentos también señaló en el horizonte cercano por lo menos 8 ó 10 helicópteros ingleses que con su particular sonido se acercaban a la población, lo cual no dejó de impactarnos ya que habíamos vivido en carne propia todos los serios inconvenientes que tuvo para operar en el rescate de bajas el helicóptero del CIMM y algún otro ocasional colaborador.
Le agradecimos el gesto pero le manifestamos que preferíamos sinceramente evacuar nuestros heridos al buque Hospital Bahía Paraíso, el que se encontraba fondeado a la vista en la bahía de Puerto Argentino.
Finalmente nos dijo que disponíamos de 24 horas para desalojar las instalaciones ya que eran necesarias para sus propias tropas que venían ocupando posiciones en el poblado, bajando desde las colinas cercanas.
Luego la patrulla comenzó a reconocer el Hospital y uno de los momentos que recuerdo con más emoción fue cuando estos ingleses y nuestros soldados heridos convalecientes se vieron las caras por primera vez. Se produjo un instante de tensión pero después alguien rompió el hielo (creo que solicitando un cigarrillo) y pronto se armó un pequeño corrillo en el que lógicamente abundaron las señas.
Tiempo más tarde me enteré que la sabiduría dada por la experiencia bélica de siglos de Inglaterra hizo que para tomar Puerto Argentino durante esta tregua destacaran tropa fresca de reserva. No usaron el mismo personal que había combatido los últimos días el cual seguramente podía estar afectado por el fuerte stress, la falta de descanso, la pérdida de algún compañero o amigo. De esa forma el personal inglés encargado de tomar en primera instancia las posiciones argentinas estaba medianamente descansado, más distendido, con su uniforme limpio y una cierta actitud amistosa que seguramente minimizaba la probabilidad de eventuales conflictos que pudieran producirse con nuestra tropa derrotada, cansada, sucia, desnutrida y seguramente proclive a un desborde emocional fruto del stress post traumático a consecuencia de los combates.
Esa tarde, bajo una pertinaz nevada y repartiendo “sorry, sorry ” a diestra y siniestra para pasar entre los correctos ingleses, realicé un vuelo al buque hospital para salvar una buena cantidad de unidades de sangre del depósito de hemoterapia. En el último estuve fugazmente tentado de quedarme “asilado” en este buque, ya que yo estaba como “fuerza naval independiente” debido a que había sido cedido por el BIM 5 al CIMM y a éste le quedaban pocas horas de existencia. Finalmente y con muchas dudas reconozco (en ese momento el buque hospital para todos representaba la seguridad absoluta) tomé la decisión éticamente correcta y decidí volver a la incertidumbre que me esperaba en Puerto Argentino. (continúa en el próximo número)
Datos del autor
Guillermo Sergio Pandolfi nació el 25 de junio de 1952 en la ciudad de Bahía Blanca y se graduó de Químico (1973) y Licenciado en Bioquímica (1975) en la Universidad Nacional del Sur. Es especialista en Bromatología con orientación en Aguas y se ha desempeñado como Perito Químico en la Justicia Federal y docente dando cursos y conferencias en Congresos Nacionales y Latinoamericanos así como también en la Fundación Bioquímica Argentina y las Universidades Nacionales del Sur y Tecnológica.
Diplomado en Gerenciamiento Empresarial en la Universidad del Sur, actualmente es el gerente comercial del Laboratorios IACA de Bahía Blanca.
Gracias Guillermo Por tú valor y desempeño  junto a otros soldados . (Daniel)

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